sábado, 17 de abril de 2010

EL PROYECTO

Tenía la mirada fija en el reloj de la pared. Sentía como el tic tac de ese aparato se acompasaba con el ritmo de su corazón. El piso de madera estaba sucio. El cuadro de Picasso, mala copia por cierto, estaba desteñido por el sol que entraba por una ventana de cortinas viejas y raídas. Miraba ese reloj con la esperanza de poder intervenir en el tiempo, retrazarlo un poco, aunque fuera un poco. A fin de cuentas todo comienza y termina. Había llegado a esa casa hacía exactamente veinte minutos y treinta y cinco segundos. Esperaría sólo hasta los treinta minutos. Nada más. Si no llegaba el mensajero con la respuesta o se apersonaba el susodicho, mandaría todo al diablo. Tratos son tratos, se consolaba. Yo soy hombre de palabra, se repetía. El sujeto no apareció y se tuvo que guardar la carpeta bajo el brazo. En el camino de regreso a su vida se prometió que nunca más volvería a creer en las personas. Esa era la enésima vez que se hacía el propósito que más tarde, por enésima vez lo volvería a romper.

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